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EDITORIAL: La noticia y el poder de la verdad: entre la historia y la ética del periodismo

Desde Hearst hasta Orwell, pasando por Caparros y Vertbisky, una frase enigmática que recorre siglos para definir al periodismo como herramienta de resistencia frente al poder. ¿Qué nos dice sobre la esencia de nuestro trabajo hoy?

«Una noticia es aquello que alguien no quiere que se publique. El resto son relaciones públicas». Esta frase, atribuida en redes a George Orwell sin fuente verificable, atraviesa décadas de historia periodística con matices que van desde la denuncia hasta la ironía. Su origen, tan oscuro como su mensaje, es un recordatorio constante de la tensión entre el poder y la prensa, entre lo que se oculta y lo que se revela.

Desde 1918 , cuando el Chicago Herald plasmó una versión primitiva de esta idea, hasta los discursos parlamentarios británicos de los años 70, la frase ha sido reclamada por figuras tan dispares como William Randolph Hearst , Lord Northcliffe o Malcolm Muggeridge . Cada uno, a su manera, entendió que el periodismo no es solo informar: es desafiar. Un acto de desobediencia civil que pone en riesgo privilegios, secretos y estructuras de control.

Pero, ¿por qué esta definición sigue vigente? Porque en ella late el corazón del periodismo mismo comprometido: la búsqueda de lo que duele, de lo que incomoda, de lo que rompe el silencio. No se trata de generar polémica por la polémica, sino de confrontar con hechos, de exponer contradicciones, de dar voz a quienes son silenciados. Como escribió el investigador Brian R. Roberts en 1953, “el trabajo de la prensa es obtener noticias y publicarlas: y, como dijo una vez William Randolph Hearst, ‘noticia es algo que alguien querría suprimir’”.

Sin embargo, la historia de esta frase también es un espejo de las ambigüedades del periodismo. Si bien algunos de sus supuestos autores, como Hearst, encarnaron un periodismo amarillista que manipulaba la verdad, otros, como Orwell, la defendieron como arma contra la propaganda. Esta dualidad refleja un dilema eterno: ¿es el periodismo un faro de transparencia o una herramienta de manipulación? La respuesta, como siempre, depende de quién lo ejerce.

Hoy, en una era de noticias falsas , redes sociales y gobiernos que etiquetan como “traidores” a quienes cuestionan sus narrativas, la frase adquiere nueva urgencia. El periodismo no puede renunciar a ser un altavoz de poderes establecidos. No basta con relatar lo que se ve: hay que excavar, preguntar, confrontar. Eso significa investigar casos de corrupción, denunciar violaciones a derechos humanos, cuestionar políticas que afectan a la población. Significa, también, resistirse a la tentación de convertirse en portavoz de intereses económicos o ideológicos.

Pero ¿cómo mantener este ideal en un mundo donde la censura se disfraza de “seguridad nacional” y la crítica se silencia con demandas judiciales? La respuesta está en la ética y en la independencia. Como recordaba el columnista Walter Winchell en 1930: “Cuando un hombre quiere mantener algo fuera del papel es una buena noticia… Cuando lo quiere publicar ¡es propaganda o publicidad!”. El periodismo debe ser, ante todo, un contrapeso. Un espacio donde la verdad prevalezca sobre los intereses creados.

En Frecuencia-R , este editorial no es solo un homenaje a la historia del periodismo, sino un compromiso. Compromiso con las historias que duelen, con las preguntas incómodas, con el derecho de la sociedad a saber. Porque si hay algo que nos enseña esta frase anónima es que el periodismo no puede ser cómplice. Debe ser, siempre, el mensajero de lo que alguien quiere ocultar.

La noticia no es el eco de lo que se dice: es el grito de lo que se calla. Y en ese grito, renovamos cada día nuestra vocación de servicio público.

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